Homenaje en memoria de Diego Nuñez
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A metros de La Bombonera, sin eco de glorias ni goles, un puñado de personas trajinan desde temprano improvisando un escenario, encienden un fuego y pegan carteles con la foto de un nuevo trofeo más de la violencia de las armas. Fresca mañana de agosto, el sol a media asta entre nubes. “El Campito” Como lo llaman en el barrio es un potrero rodeado de árboles con dos arcos blancos, tisicos a espaldas del estadio bostero. El que no conoce el Campito, no conoce la boca, me dicen.
Entrado el mediodia la gente comienza a arrimarse a esto que parece ser el preparativo de una fiesta. son los vecinos de La Boca, la familia, amigos y amigas de Diego. A ésta fiesta no la tiñe la alegria, ni siquiera una buena excusa para el festejo. Es “la unión que provoca el dolor de haber perdido un hijo, un amigo, un hermano” me dice Eliana, una de las hermanas menores de Diego Nuñez, asesinado de cinco balazos hace cuatro meses por un ex policía, cuya causa es patrocinada por la Asociación Miguel Bru.
Ramiro Ross, profesor de historia del Bachillerato Popular “La Pulpería” al que asistía Diego, me cuenta de los pormenores que acarrea enseñar a pibes y pibas del barrio, “ellos-dice- ven que ésta es su realidad y lo peor es que, no creen que sea posible cambiarla”. El desgano y la desesperanza acechan como lobos. A propósito de éste encuentro, Ramiro les pidió a los compañeros de Diego que formaran parte de este reclamo de justicia, que acompañaran a la familia. En medio de la clase y como respuesta a la pregunta de si algunos de ellos conocían algún caso de gatillo fácil en la zona, una alumna se paró, agarró una tiza y ayudada por sus compañeros fue recordando y escribiendo uno a uno en el pizarrón los nombres de esos pibes asesinados. En un radio de no más de diez cuadras, sumaban 12. Amén de los olvidos.
Una Radio Abierta da paso a la música y el diálogo. Daniel, de Radio “La colectiva” de Caballito junto a Elizabeth rompieron el silencio. Suena la música.
Lucía y Omar son los padres de Diego. Los últimos cuatro meses, “parecen haber pasado más rápido de la cuenta” me dice uno de ellos. Sin previo aviso algo haría cambiar la vida de toda una familia. “Parece ayer cuando Diego salió a festejar su cumpleaños, cumplía 17”, dice Lucía. Los veo atareados, pendientes de que nada falte, van y vienen con las manos cargadas. Una de las hermanas vuelve a encintar los carteles con la foto y el pedido de justicia que el viento pretende arrancar. Las demás, atienden un buffet con el cual solventarán los gastos del evento. Omar, se mueve sobre dos ruedas, fijo en una silla pero eso parece no ser un impedimento para su trajín. La familia incompleta, cargando en un hombro con la ausencia reciente de un hijo y el dolor del arrebato, se organiza. Piden justicia y, no están solos.
Un patrullero de Prefectura pasa lento y silencioso. El paisaje cotidiano se dibuja en ese momento. Al cabo de unos minutos vuelve a pasar y estaciona. La gente, casi instintivamente, se acerca para ver qué pasa. Expectantes, intimidados. Dos policías preguntan el porqué de tanta gente y piden hablar con algún encargado. “Acá somos todos encargados” dijo alguien. segundos después ya eran cuatro patrulleros estacionados rodeando la zona, al tiempo que un quinto auto daba vueltas por “El Campito”. Descienden ocho policías más. En un acto más que intimidatorio, informan que “no se puede hacer un evento sin avisar”. “Esto es un pedido de justicia por un pibe del barrio-dijo un vecino de los tantos que se acercaron-estamos acá para que ningún pibe sea víctima por ser joven o pobre”. El oficial entre ansioso y soberbio responde “a alguien aparentemente le molestó, hizo una llamada y vinimos a ver qué pasaba, la gente del barrio sabe bien que trabajamos así, cada vez que pasa algo, cae uno, dos tres o cuatro móviles”. El mismo vecino contesta ” vos sos un profesional de tu laburo, yo no tengo que decirte lo que genera la saturación en algunos momentos, si vos saturás de fuerza policiales, cuando los vecinos están acá en un momento de dolor, tratando de difundir una causa que es una injusticia, lo único que provoca es más bronca”. La situación se descomprime. En el transcurso del día, aunque a los lejos, los patrulleros siguieron pasando. Las escuelas del barrio no dan abasto, por eso los bachilleratos populares, pero como dijo el oficial “cuando algo pasa caen dos, tres, cuatro patrulleros”.
Entradas las dos de la tarde comenzaron a aparecer familiares y amigos de otras víctimas de la violencia institucionalizada. Con sus pancartas, fotos y pedidos de justicia se solidarizan con la causa de la familia Nuñez. Cambian los nombres, las caras, los barrios. Lo que parece no cambiar es lo que los une en “el campito”, tampoco parecen cambiar sus edades y condiciones sociales. Como un rebrote-presagio de la primavera-, la solidaridad con aquellos que atraviesan por la dolorosa experiencia de perder un ser querido en las peores circunstancias se hace presente. Igualados. Entonces, el gesto comprensivo, el abrazo entre madres, la catarsis, son la contención espontánea, el núcleo que aglutina el dolor, para buscar soluciones en conjunto. En medio del espanto, el abuso policial-moneda corriente para cualquier pibe de barrio- y la violencia que muta sus formas, surgen en estos barrios, como de sorpresa, las “estrategias del desencanto”.
Transcurre el día. El sol de la mañana quedó tapado por un puñado de nubes, el frio aprieta. Suena la Murga de “los pibes de Don Bosco”. Amarillo y blanco, lentejuelas, manos alzadas saludando el cielo y bombos. Fiesta.
Al frente del escenario los familiares se agrupan para dar su apoyo a los Nuñez, contarles a los vecinos su historia. Rosa Bru; mamá de Miguel; Angélica Urquiza; mamá de Kiki Lezcano; Omar y Lucía, entre otros. En cada familiar que tomó la palabra se fue construyendo el relato de las luchas, que han sido paridas de una misma matriz. Llevan años pidiendo justicia Ayudados por los artificios de la paciencia y el andar . “Nuestros hijos viven en la lucha cotidiana y mientras exista esta maldita policía estaremos en las calles y las plazas, alzando la voz para que nunca más haya un Diego, un KIki, un Miguel a quien llorar” dijo Rosa Bru con voz afónica de frío, o dolor. Los vecinos, por último y luego de casi diez horas de jornada escuchan el desgarro en silencio. Omar, conmovido, aun con la sorpresa de la noticia en el rostro dijo “nunca me imaginé terminar acá. Pero se que empieza un largo de camino de trabajo social por nuestros pibes, este dolor se va a convertir en rebeldía”. Sus palabras fueron simples pero rotundas.
Pese a la magnitud de casos de violencia policial, no hay instituciones en el Barrio de La Boca encargadas de ese trabajo social al cual Omar hizo referencia. Ramiro Ross, que como todo vecino conoce los avatares de la cotidianidad del Barrio, me dijo en un arrojo de optimismo y esperanza “hay que luchar y organizarse por que su fortaleza, es nuestra debilidad” .
Matias Prieto