VIOLENCIA INSTITUCIONAL DE GÉNERO
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Sólo esta semana en los medios gráficos locales se informó sobre dos hechos en los que personal de seguridad se encontró involucrado como protagonista de hechos de violencia contra la mujer. El término de “crimen pasional” suplantó el de “violencia de género”, una vez mas.Las fuerzas de seguridad ejercen violencia física, verbal, psicológica y sexual, todos abusos que muchas veces terminan en crímenes que caen en una red de encubrimientos que ya todos y todas conocemos. Cuando el crimen o la violencia es cometida contra una mujer, se vuelve mucho más invisible. Desde los medios, estas temáticas se encuentran naturalizadas. Supuestos “homicidios pasionales” encubren crímenes de género y situaciones de violencia familiar desoídas.
El 18 de junio un titular de un medio gráfico de nuestra ciudad versó: “Drama pasional en La Plata. Un efectivo policial baleó a su mujer y luego se suicidó”. El arma involucrada en la escena fue una nueve milímetros reglamentaria de la Policía Federal. Y ese mismo día “Agente del SPB teme por su vida”. La nota explica que “presuntamente” y según la denuncia que radicó la mujer, un superior habría “intentado” abusar de ella, aunque el ataque “no llegó a consumarse” y sólo “quedó en una serie de tocamientos y palabras subidas de tono”.
La violencia policial de género- no constituye una temática aislada sino que es parte de la problemática que engrosa las estadísticas de violencia policial de quienes trabajamos día a día en esta materia. Las denuncias de maltrato por parte de mujeres de agentes de seguridad son invariables. Tienen en común el hecho de que la mujer víctima considera en vano y casi más peligroso que soportar el maltrato, el hecho de realizar la denuncia.
Ambas noticias refieren sobre una problemática grave que atraviesa a nuestra sociedad desde tiempos inmemorables. En el primer caso se presenta la nota con la calificación de “ crímen pasional”. Este término no hace mas que distorsionar el verdadero problema y justificarlo bajo el halo de la emoción violenta, del entusiasmo demente. Quienes utilizan esta terminología poseen una propensión clara a buscar motivos, y en realidad, cuando hablamos de violencia, doméstica o de cualquier tipo, los motivos no existen.
En el segundo caso, se intenta morigerar el hecho, al asumir que el abuso no llegó a “consumarse”, aunque se admite que la mujer sufrió “tocamientos” y violencia verbal. Para que el caso pase a ser de gravedad, el o la periodista supone que la mujer debe ser violada. De otra manera no se explica cómo es que en este caso no hubo un abuso.
Ambas noticias se agravan cuando vemos que personal de las fuerzas de seguridad se encuentra involucrado. El 19 de junio el diario local continúa aportando datos sobre el caso de la pareja de policías: “eran frecuentes las discusiones, aunque al parecer no había antecedentes de violencia. Por lo menos, la comisaría jurisdiccional no había intervenido previamente en incidentes domésticos de ningún tipo”. A lo que debió seguir una intervención al menos responsable aclarando que en Argentina, en una de cada cinco parejas hay violencia en el seno del hogar*, que no son denunciadas por miedo, o lisa y llanamente porque no existen mecanismos seguros que garanticen la ayuda necesaria en estos casos. Internacionalmente se calcula que sólo se denuncian el 10% de los casos.
Las cosas por su nombre.
La violencia de género es un problema social, público. Y es mucho mas grave cuando en nuestras propias fuerzas de seguridad no sólo no se trabaja en ella sino que la reproduce. En este punto es necesario cuestionar la formación policial, y la aptitud psicofísica del personal de las fuerzas de seguridad. El Estado tiene la obligación de garantizar el correcto estado de salud mental de quienes deberían bregar por la seguridad de todos y todas las ciudadanas.
Por otra parte llamar a las cosas por su nombre contribuye a desmitificar conductas que basadas en estereotipos, naturalizan la violencia. Desde el periodismo es necesario asumir la responsabilidad social que implica comunicar, y generar notas oportunas y preventivas sobre la violencia hacia la mujer, empleando de manera transversal a cada información, la perspectiva de género, requisito inexcusable para el fortalecimiento de la democracia.Desde el plano político, es oportuno recordar que a principios de este año, fue cerrado por el actual jede de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, uno de los pocos Observatorios de Violencia de Género que funcionaba en el ámbito Ministerio de Desarrollo Social y que reunía información sobre estos para elaborar políticas de prevención. Esto demuestra la falta de compromiso, o de intención política en torno a planear estrategias contra la violencia de género.
Ni la justicia, ni los encargados de las fuerzas de seguridad, ni los medios masivos de comunicación parecen tener al menos una mínima intención de dirigir esfuerzos hacia una política inclusiva de género que permita luchar contra la violencia contra las mujeres. Si bien la responsabilidad es mayor en tanto mayor es el alcance de las áreas, el compromiso no se ciñe solo a estos espacios. También desde otros ámbitos, incluidas las escuelas y las universidades en necesario hacer hincapié en la formación sobre esta problemática que solo puede ser entendida analizándose en el contexto social donde se produce: la pobreza, la desigualdad y la violencia estructural, solo sirven de sustento a la violencia directa ejercida por los aparatos represivos del Estado sobre los sectores mas vulnerables.